Infancia y juventud
Inés de Suárez nació en Plasencia en 1507, España (por ese entonces aún corona de Castilla, ya que la unión de los reinos españoles todavía no se había consumado totalmente).
Su abuelo era artesano ebanista, perteneciente a la cofradía de la Veracruz. Su madre, quien le enseñó el oficio de costurera, pertenecía al pueblo llano. Tenía una hermana llamada Inés Echeverría (era adoptada). Ella era su única amiga por ser ella alguien poco sociable que no se entendía bien con la demás gente.
En 1526, a la edad de 19 años, conoció a quien sería su primer marido, Juan de Málaga. Contrajo matrimonio años después, gracias a las influencias de su abuelo, ya que Juan de Málaga era aventurero por naturaleza. De esta unión no nacieron hijos, pues Inés de Suárez era estéril.
Entre 1527 y 1528, Juan, su marido, se embarcó con destino a Panamá e Inés permaneció en España esperándole. Pasaron los años y sólo recibió noticias de él desde Venezuela. En 1537, consiguió licencia real y se embarcó hacia las Indias en busca de su marido.
Llegada a América
En 1537, cuando contaba con algo menos de 30 años de edad, llegó a América en la búsqueda de su esposo, del que sólo tuvo información con motivo de su muerte en la Batalla de las Salinas.
Como compensación por ser viuda de un soldado español, recibió más tarde una pequeña extensión de tierra en Cuzco, donde se instaló, así como una encomienda de indígenas.
Conoce a Pedro de Valdivia
En Cuzco conoció a Pedro de Valdivia, maestro de campo de Francisco Pizarro y posterior conquistador de Chile, recién vuelto tras la batalla de las Salinas (1538). Entre ambos se forjó una estrecha relación que finalmente los llevó a ser amantes. No se han hallado evidencias de que llegasen a conocerse antes de 1538.
Hacia la conquista de Chile
A finales de 1539, decidió marchar junto a Pedro de Valdivia en su expedición a las tierras de Chile. Para ello Valdivia solicitó autorización para ser acompañado por Inés, la que Pizarro concedió mediante carta, aceptando que la mujer le asistiese como sirviente doméstico, pues de otro modo la Iglesia hubiese objetado a la pareja.
En el viaje, Inés prestó diversos servicios a la expedición, por lo que fue considerada entre sus compañeros de viaje, según Tomás Thayer Ojeda, como «una mujer de extraordinario arrojo y lealtad, discreta, sensata y bondadosa, y disfrutaba de una gran estima entre los conquistadores».
A los once meses de viaje (diciembre de 1540), la expedición arriba al valle del río Mapocho, donde fundaron la capital del territorio con el nombre de Santiago de Nueva Extremadura. Este valle era extenso, fértil y con abundante agua potable; pero ante la hostilidad de los naturales, la base de la ciudad se estableció entre dos colinas que facilitaban disponer posiciones defensivas, contando con el río Mapocho a modo de barrera natural.
Toma parte en la defensa de Santiago
Poco después de establecer un asentamiento en el lugar, Valdivia envió una embajada con regalos a los caciques locales con el propósito de demostrar su deseo de paz. Éstos, aunque aceptaron los presentes, lanzaron un ataque contra los españoles, con el cacique Michimalonco como líder. Según la historiografía española, ya a punto de derrotar a los españoles, los indígenas de pronto abandonaron las armas y huyeron en estampida, logrando ser capturados algunos de ellos. Posteriormente los cautivos declararían haber visto "a un hombre montado sobre un caballo blanco que, empuñando una espada, bajó de las nubes y se abalanzó sobre ellos", siendo esta misteriosa aparición la que provocó su huida. Los españoles consideraron que la milagrosa aparición no era sino Santiago, por lo que, en señal de agradecimiento, dieron el nombre de Santiago de la Nueva Extremadura a la recién fundada ciudad con fecha 12 de febrero de 1541.
El 9 de septiembre de 1541, Valdivia, cuarenta jinetes y tropas auxiliares incas abandonaron la ciudad para sofocar una rebelión de los indígenas cerca de Cachapoal. Apenas llegada la mañana del día siguiente, una joven yanacona volvió con la noticia de que los bosques periféricos al asentamiento se encontraban llenos de indígenas hostiles. Al preguntar a Inés si consideraba que siete caciques que se encontraban prisioneros debían ser liberados en señal de paz, ella lo consideró como una mala idea, ya que, en caso de ataque, los líderes recluidos serían su única posibilidad de pactar una tregua. El capitán Alonso de Monroy, a quien Valdivia había dejado al mando de la ciudad, consideró acertada la suposición de Suárez y decidió convocar un consejo de guerra.
Antes del alba del 11 de septiembre, jinetes españoles salieron de la ciudad para enfrentarse a los indígenas, cuyo número en un principio se estimaba en 8.000 hombres, y posteriormente 20.000. Pese a contar los españoles con caballería y mejores armas, los indígenas eran una fuerza superior, y al anochecer lograron que el ejército rival se batiese en retirada cruzando el río hacia el este, refugiándose de nuevo en la plaza. Entre tanto, los indígenas, lanzando flechas incendiarias, consiguieron prender fuego a buena parte de la ciudad, dando muerte a cuatro españoles y varios animales. Tan desesperada parecía la situación que el sacerdote local, Rodrigo González Marmolejo, afirmó que la batalla era como el Día del Juicio y que tan sólo un milagro podía salvarlos.
Muerte de Quilicanta y caciques rehenes
Durante el ataque, la labor de Inés había consistido en atender a heridos y desfallecidos, curando sus heridas y aliviando su desesperanza con palabras de ánimo, además de llevar agua y víveres a los combatientes y ayudando incluso a montar a caballo a un jinete cuyas serias lesiones le impedían hacerlo solo. Pero aún tendría que desempeñar un papel decisivo en la lucha: viendo en la muerte de los siete caciques la única esperanza de salvación para los españoles, Inés propuso decapitarlos y arrojar sus cabezas entre los indígenas para causar el pánico entre ellos. Muchos hombres daban por inevitable la derrota y se opusieron al plan, argumentando que mantener con vida a los líderes indígenas era su única baza para sobrevivir, pero Inés insistió en continuar adelante con el plan: se encaminó a la vivienda en que se hallaban los cabecillas, y que protegían Francisco Rubio y Hernando de la Torre, dándoles la orden de ejecución. Testigos del suceso narran que de la Torre, al preguntar la manera en que debían dar muerte a los prisioneros, recibió por toda respuesta de Inés "De esta manera", tomando la espada del guardia y decapitando ella misma al primero a Quilicanta y después a todos los caciques tomados como rehenes, y que retenía en su casa, por su propia mano, arrojando luego sus cabezas entre los atacantes.
Afirma un testimonio que "(...) salió a la plaza y se dispuso frente a los soldados, enardeciendo sus ánimos con palabras de tan exaltadas alabanzas que la trataron como si fuese un valiente capitán, y no una mujer disfrazada de soldado con cota de hierro". Avivado el coraje de los españoles, éstos aprovecharon el desorden y la confusión causada entre los indígenas al topar con las cabezas decapitadas de sus caciques, logrando poner en fuga a los atacantes. La acción de Inés en esta batalla sería reconocida tres años después (1544) por Valdivia, quien la recompensó concediéndole una condecoración.
Cuestionamiento de la unión ilegítima de Valdivia
A la luz de los hechos posteriores, la unión de más de diez años entre Pedro de Valdivia e Inés de Suárez no era bien vista entre algunos vecinos de marcado fervor religioso, hecho que se sumaba a otras críticas hacia el gobernador.
Valdivia sale hacia el Perú en 1548 junto a Gerónimo de Alderete a buscar ayuda y afianzamiento como gobernador ante el representante de la corona en el Perú. Se entrevista con Pedro de la Gasca, quien después de probar su fidelidad y gracias a la intervención del mismo Valdivia en la batalla de Xaquixahuara que derrota a Gonzalo Pizarro, se gana su estima y lo reconoce como gobernador de la Capitanía General de Chile, fijando sus límites y permitiéndole pertrecharse.
No obstante, la llegada de vecinos enemistados con Valdivia desde Chile provoca un juicio de residencia a Pedro de Valdivia, quien ya había tomado el camino del sur, y tiene que volver desde Arequipa a enfrentarse a los cargos en su contra, entre ellos la unión ilégitima con Inés de Suárez. El Virrey Pedro de la Gasca, después de escuchados los alegatos, lo exonera de todos los cargos, excepto en lo relacionado con Inés de Suárez. De la Gasca ordena imperativamente a Pedro de Valdivia que termine su relación con Inés de Suárez, ordenándole casarla con un vecino de su elección, recomendándole seguir las directivas de la iglesia respecto de su legítimo matrimonio con Marina Ortiz de Gaete. El Virrey, como sacerdote, no podía hacer la vista gorda ante una relación extramarital pública y notoria.
Ante esto, Valdivia promete su palabra de caballero de dar cumplimiento cabal a la sentencia dictada y de traer a su esposa al continente americano.
Valdivia cumple la sentencia de De la Gasca
Después de volver Valdivia del Perú en 1549, acata lo acordado con la sentencia de De la Gasca y arregla el matrimonio de Suárez con uno de sus mejores capitanes, Rodrigo de Quiroga. Para entonces tenía ella 42 años.
Valdivia ordena a Gerónimo de Alderete, entre otras cosas, regresar a España y traer de vuelta a Marina Ortíz de Gaete, su legítima esposa, a la que nunca llegaría a ver puesto que Pedro murio antes de que Marina Ortiz llegase a Santiago con el titulo de Gobernadora.
Últimos años
Tras casarse con Quiroga, Inés se caracterizó por llevar una vida tranquila y religiosa. Junto a su marido, quien fue persona principal en Chile, contribuyó a la construcción del templo de la Merced y de la ermita de Monserrat, en Santiago. No tuvieron hijos. Rodrigo de Quiroga tuvo sólo una hija mestiza en forma extramarital. Doña Inés murió alrededor del año 1580, ya de avanzada edad, el mismo año que murió su marido.
Gabinete de Inés de Suárez en el Museo del Carmen de Maipú.
FUENTE:http://es.wikipedia.org
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