El Despoblado de Atacama y el Valle de la Posesión

Según Vivar, para entonces la expedición completaba “ciento cincuenta y tres hombres y dos clérigos, los ciento y cinco de a caballo y cuarenta y ocho de a pie”,2 más el millar de indios de servicio, cuyo lento andar por la carga del bagaje determinaba el ritmo del avance. Al entrar al vasto y temible Despoblado de Atacama, ardiente de día y gélido en la noche, Valdivia dividió la expedición en cuatro grupos, que marcharon separados por una jornada, dando así tiempo a que las escasas fuentes de agua, agotadas por un grupo, pudiesen recuperarse mientras llegaba el siguiente. El jefe salió en la última cuadrilla, pero se adelantaba con dos de a caballo, para animar a sus hombres, “mirando como todos pasaban sus trabajos, sufriendo él con el cuerpo los propios que no eran pequeños, y con el espíritu los de todos”.

Ya en lo profundo del Despoblado el aliento del líder se hizo más necesario. De tanto en tanto tropezaban con los restos muertos de hombres y animales, algunos de la expedición de Almagro. "Son tan ásperos y fríos los vientos de los más lugares de este despoblado, refiere Pedro Mariño de Lobera, que acontece arrimarse el caminante a una peña y quedarse helado y yerto en pie por muchos años, que parece estar vivo, y así se saca de aquí carne momia en abundancia". Junto con señalarles la ruta, aquellos cadáveres confirmaban la fama del país donde la iniciativa de Valdivia los iba metiendo.

Tal vez afligido por el macabro paisaje, Juan Ruiz, uno que ya había estado en Chile con Almagro, se arrepintió de la aventura. Decía en secreto a sus compañeros “que aquí no había de comer ni para treinta hombres, y andaba amotinando gente para volverse al Perú”. Advertido de la sedición por su maestre de campo Pedro Gómez de Don Benito, Valdivia mostró la otra cara de su liderazgo. Ni siquiera permitió confesar al insurrecto y le hizo ahorcar por traición, continuando sin más la marcha.

El grupo de vanguardia de la expedición, que encabezaba Alonso de Monroy, llevaba herramientas para mejorar los pasos y evitar que los caballos despeñasen. También procuraba profundizar los pequeños pozos que conocían los guías indios, “porque tuviesen agua clara que no faltase para la gente que atrás venía".2 Sin embargo, cuando llevaban unos dos meses de camino por el desierto más seco del planeta, sólo encontraron manantiales agotados, y el ejército creyó perecer en la batalla contra la deshidratación bajo el aplastante sol atacameño. Los hombres iban perdiendo la esperanza.

Pero la mujer no. Cuenta Mariño que Inés Suárez mandó cavar a un yanacona "en el asiento donde ella estaba", y cuando había profundizado no más de un metro, el agua brotó con la abundancia de un arroyo, "y todo el ejército se satisfizo, dando gracias a Dios por tal misericordia, y testificando ser el agua la mejor que han bebido la del jahuel de doña Inés, que así le quedó por nombre". Aunque es difícil dar crédito a este prodigio, al menos en los términos descritos por el valioso cronista, lo cierto es que desde entonces ese lugar se llama Aguada de Doña Inés. Se encuentra sobre una quebrada de nombre Doña Inés Chica, a unos 20 km al noreste de El Salvador, y al pie de un monte conocido como Cerro Doña Inés, situado inmediatamente al norte del Salar de Pedernales.

Pocos días después las fatigas del Despoblado terminaban, si bien “perecieron muchas personas de servicio así indios como negros”. El jueves 26 de octubre de 1540, la expedición pudo acampar en la ribera de un ameno riachuelo donde, dice el citado narrador, “no solamente los hombres manifestaban extraordinario consuelo con verse fuera de tantas calamidades, más aún también los caballos insinuaban el regocijo que sentían, con los relinchos, lozanía y bríos que mostraban, como si reconocieran el término de los trabajos". Estaban en el espléndido valle de Copiapó, o Copayapu en lengua indígena.

Como aquí comenzaba su jurisdicción, Valdivia llamó a toda la tierra que hubiese de este valle al sur la Nueva Extremadura en recuerdo de su suelo natal. Hizo colocar una cruz de madera en un sitio prominente y a continuación, relata un historiador, "formóse la tropa ostentando sus uniformes militares y sus relucientes armas y los sacerdotes entonaron el Te Deum, tras lo cual tronó la artillería, redoblaron los tambores y atabales y prorrumpieron los espedicionarios en aclamaciones de alegría. En seguida el conquistador, con la espada desnuda en una mano y el pendón de Castilla en la otra, dio con aire marcial unos cuantos paseos por el sitio y declaró posesionado el valle, en nombre del rei de España, y por ser este el primer territorio habitado de la conquista a él encomendada, ordenó se le denominase Valle de la Posesión".

Aún en medio del júbilo general, un detalle de esta ceremonia no pasó inadvertido para algunos. Valdivia debía ocupar el territorio a nombre del gobernador Pizarro, del que era su teniente, mas lo hizo en nombre del Rey, provocando suspicacias en los conquistadores que le eran menos afines. Algunos declararon en el proceso que varios años más tarde se le siguió ante el virrey La Gasca, "que llegado al valle de Copiapó (Valdivia) tomó posesión de él por S.M., sin llevar provisiones sino de don Francisco Pizarro por su teniente, dándonos a entender que era ya gobernador".

Dato de los historiadores

Aguada Doña Inés: Mariño de Lobera insinúa su hallazgo como milagro. Vivar sin embargo no lo menciona en su detallada crónica del paso por el desierto de Atacama. Por su parte Barros Arana escribió en 1873: “El pozo o vertiente que hoy lleva el nombre de doña Inés y que produce todavía un poco de agua, es probable que sea el mismo a que se refiere Mariño, aunque seguramente éste, arrastrado por la pasión de lo maravilloso que dominaba a los conquistadores españoles, haya exagerado la importancia del trabajo mandado hacer por Inés Suárez, la cual quizá no hizo otra cosa que descubrir una vertiente natural”

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