La economía colonial
El desarrollo económico de Chile durante el siglo XVII estuvo marcado por el hecho de constituir nuestro territorio una simple Gobernación dentro del Imperio Español. El sistema de Monopolio Comercial limitaba el intercambio con otros países, por lo cual a lo largo de los siglos XVII y XVIII surgieron mercados regionales en América necesarios para una relativa expansión económica. Esto último no fue el resultado de una planificación racional, sino más bien el producto de la propias necesidades cotidianas. Chile mantuvo contacto en estas materias con el virreinato del Perú y el del Río de la Plata, además del intercambio con la metrópolis. Sin embargo, el mercado chileno funcionaba en un sistema de autosuficiencia, donde la mejor representante de esta situación era la Hacienda, verdadera esfera cerrada que consumía lo que ella producía.
En el siglo XVII la baja en la extracción de oro, bastante mermada en los últimos decenios del siglo anterior, conjuntamente con la desaparición de la mano de obra indígena ocupada en los pesados trabajos de los lavaderos, obligó a los colonos a activar la producción agropecuaria.
La actividad ganadera se centró en las Estancias, donde los animales pastaban en completa libertad. Una vez al año eran conducidos a corrales, faena conocida como rodeo, a fin de marcarlos y determinar cuáles serían sacrificados. De ellos se aprovechaban los cueros, sebo y grasa. La carne que no era convertida en charqui se quemaba. De las ovejas aprovechaban la lana y el cuero; de las cabras, el cordobán. Todos aquellos derivados no perecibles de la ganadería eran comerciados localmente y exportados hacia el Perú.
Se cultivaban con especial esmero la vid, el trigo y el maíz. El cáñamo se aprovechaba en la fabricación de mechas para arcabuces, sogas para arreo y jarcias para el transporte, sembrándose en La Serena, Aconcagua y otros valles.
Aparte de la naturaleza misma del territorio, dos circunstancias favorecieron en este siglo el desarrollo económico de la Colonia:
Real Situado: suministraba el papel circulante a encomenderos y mercaderes chilenos, en proporción de 300.000 pesos castellanos al año.
Ejército permanente: combatía en la Guerra de Arauco, que permitía normalizar el trabajo en la seguridad de que no sería interrumpido por levas o enganches forzosos.
Chile había empezado por ser un país ganadero y lo seguía siendo. La reproducción más o menos libre y la introducción que comenzó a principios de aquel siglo, de grandes piños procedentes de la Argentina por los bosques de la cordillera, bajaron el precio de la carne.
Aunque esa internación era prohibida, se la ejecutaba, no obstante, clandestinamente. De dos pesos, la cabeza de ganado vacuno bajó a un peso y medio, los caballos se vendieron también a precios mucho menores que en el siglo anterior, y la crianza de mulas, que tomó gran desenvolvimiento en la misma época, permitió ya exportarlas a Perú.
El ganado lanar, el porcino y el cabrío mantuvieron sus precios, un real por cabeza, porque a pesar de su gran abundancia, el consumo aumentaba proporcionalmente. Más aún prosperó la avicultura, con todas las especies traídas desde España y propagadas tempranamente, las mismas conocidas hoy. Entonces casi no tenían precio.
La producción agrícola creció también en iguales términos que la ganadera. La papa se propagó mucho en este siglo, y lo mismo ocurrió con algunos árboles frutales: los manzanos, al sur del Bío-Bío, y el durazno, el olivo y el almendro, de Santiago al Norte. La vid, el cáñamo y el lino continuaron sus progresos anteriores. La arveja, la lenteja, el garbanzo, las hortalizas y los huertos, todo se daba en las más favorables condiciones, tanto en el Norte Grande como en el centro del país.
Pero ningún producto se cultivó con más esmero que el trigo. Un terremoto ocurrido en Lima, en 1687, arruinó esta ciudad y esterilizó los campos de sus alrededores. Entonces la exportación del trigo chileno al Perú creció extraordinariamente. En el propio país su valor se triplicó, fluctuando entre dos a seis pesos la fanega, y en el Perú su precio fluctuó entre veinte y treinta pesos. Pero esta alza repentina, que estimuló mucho los cultivos, duró algunos años.
La minería no acompañó en su crecimiento, sino escasamente, a esos dos factores de riqueza. El oro era poco abundante y los medios de extracción demasiado imperfectos para hacer rendir las minas, además, faltaban operarios competentes. La plata, que fue hallada en algunos minerales, dio también rendimientos poco halagadores.
El único metal que, por su abundancia y fácil explotación, se aprovechó en escala más considerable, fue el cobre; desde Aconcagua hasta Copiapó se le hallaba en casi todos los cerros, y como en el Perú y en España se empleaba en la fabricación de cañones, campanas y otros artefactos, su extracción para exportarlo a esos países constituyó un buen negocio.
Tampoco las pequeñas industrias coloniales permanecieron estacionarias en el siglo XVII. Se multiplicaron las herrerías y las hilanderías. Se hicieron famosas las alfombras y mantas de Chillán y Concepción. También tuvieron fama las carpinterías de los jesuitas, en las cuales se fabricaban muebles y los astilleros en que se hacían vajillas y joyas de este metal, aunque toscamente.
Por todo el país la industria de la alfarería de greda tomó gran importancia. Si a estas labores se agregan las otras y la de la agricultura, como la curtiduría y la molinería, se tendrá un movimiento fabril aún rutinario pero en todo caso progresivo.
En cuanto al comercio, a pesar de las trabas que lo contenían, tomó también mayor desarrollo. Fuera del trigo y del cobre, el Perú recibía de Chile frutas secas, vinos y, como antes, grasas, cordobanes, charqui, harina y sebo. Devolvía, en retorno, armas, objetos de vestido, arroz y azúcar principalmente.
Por cierto que esta internación era escasa a consecuencia del excesivo precio que los artículos europeos alcanzaban en Chile. Eran éstos los tiempos en que un vestido de seda o una capa española se trasmitían de generación en generación, de padres hasta biznietos, como una casa o hacienda. El valor de todo el intercambio fluctuaba alrededor de medio millón de pesos anuales.
A este desarrollo mercantil había correspondido un mejoramiento en los medios de transporte. Se abrieron caminos anchos y se introdujo es uso de carretas de madera tiradas por bueyes.
Mejoró también el servicio de correos, que antes se hacía de muy tarde en tarde, con las ciudades del Sur y del Norte, cuando había embarcaciones militares que atender y nada más, el mismo oficial que llevaba la correspondencia del gobierno cargaba ahora la particular. Algo semejante ocurrió con la correspondencia marítima, que iba al Perú y de aquí a España, por vía Panamá, en buques mercantes, y que llegaba de esos países, después de haber hecho el mismo viaje.
En el siglo XVIII el núcleo de las actividades agropecuarias era la hacienda, conformando verdaderos latifundios. Las faenas eran similares a las del siglo anterior, aunque se agregan industrias caseras en manos de las mujeres, telares y cerámica.
El hacendado ocupaba la cúspide de la jerarquía seguido por el capataz, vaqueros, ovejeros y, finalmente, los peones.
En las explotaciones agrícolas el trigo seguía siendo el principal de sus productos y se le cultivaba en casi todo el territorio. Venían después la cebada, el maíz, el frijol y la lenteja; luego la papa, la arveja y los árboles frutales. Entre todos esos cultivos seguían prosperando también los del olivo y de la vid. El cáñamo se había constituido en otro tiempo en una no despreciable riqueza, pero a principios del siglo XIX se le tenía poco menos que abandonado.
La extensión que alcanzaban estas labores era, sin embargo, imitada. Sólo la harina, el trigo en bruto, las frutas secas, el vino y el aguardiente eran en este ramo objetos de exportación; los demás apenas alcanzaban para el consumo ordinario. La explotación de las maderas, en la zona del Sur, y las del carbón de espino, en la del Centro, adquirieron ya importancia.
En cuanto a la ganadería, los excelentes campos de pastoreo con que cuenta el país alimentaban grandes piños de vacas y tropas de caballos y mulas; las ovejas, las cabras, los cerdos y las aves de corral no eran menos numerosos. El queso, la grasa, el sebo, el charqui, la lana y los cueros eran artículos de exportación, principalmente a España y Perú. La pesca en todo el largo de la costa llegó a constituir una provechosa industria, que hasta dio margen a alguna exportación de pescado seco, a modo de conserva.
Atención preferente continuaban prestando los colonos a la minería, con regular fortuna. Aun cuando los imperfectos métodos empleados en la extracción del oro y de la plata, la escasez de capitales y la dificultad de comunicaciones eran inconvenientes poderosos, se obtuvieron beneficios apreciables; pero el cobre siguió constituyendo la más preciosa fuente de riqueza mineral, y aunque su precio era bajo, salía ya en grandes porciones para el Perú y España, o en pago a los contrabandistas.
La industria manufacturera había mejorado muy poco. Se dedicaba exclusivamente a la transformación más ordinaria de los productos de la agricultura y la ganadería. Sin instalaciones adaptadas al objeto y sin preparación técnica para la elaboración, esas industrias, como la de los molinos y la de las curtidurías, tenían mucho aún de primitivas. Los telares para el tejido de las toscas bayetas con que se vestía el campesino, y de las mantas y de las alfombras no habían avanzado mucho, y el ensayo de una fábrica de tejidos con maquinaria europea que se hizo en Santiago no alcanzó nunca mayor capacidad.
La industria indígena de la alfarería de greda había sí adquirido gran desenvolvimiento y llegado a una mediana perfección. Las enormes tinajas en que se guardaban los vinos en las bodegas, y que todavía se ven en algunas viejas bodegas, fueron las más altas manifestaciones de la resistencia que se daba a esas manufacturas. Otra de estas industrias fue la fabricación de embarcaciones, que en algunos sectores de la costa, como en la desembocadura del Maule, tuvo gran desarrollo.
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PENSAMIENTO FRANCES 2011
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17:47
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