Reconstrucción de Santiago

Solo restos humeantes fue lo que encontró Valdivia a su regreso a Santiago, cuatro días después del combate. Su gente había pasado las noches en medio de las ruinas y con las armas en la mano, esperando un nuevo ataque de los indios. Aunque solo habían muerto cuatro españoles, el resto estaban todos heridos, yaciendo en el suelo, sin casas ni víveres, sin ropa. Y es que hasta los libros del cabildo habían sido destruidos por el incendio.

El conquistador, lejos de abatirse, ordenó de inmediato la reconstrucción de la ciudad, con paredes de adobe en vez de la madera que se usó la primera vez. De igual forma, mandó a construir un fortín a orillas del cerro Santa Lucía y una cerca de más de 120 metros cuadrados por dos metros de alto y con más de 200 mil adobes, para guardar las provisiones y, para guarecer también allí, a los niños y mujeres en caso de un ataque. Además, hizo recorrer los campos para recoger todos los víveres que fuera posible, aunque solo se logró una pequeña cantidad de maíz que destinó solo para semilla, mandando sembrarla en los alrededores de la ciudad. Asimismo encontraron entre las ruinas, dos almuerzas de trigo (la porción que cabe en las dos manos juntas); las que también fueron sembradas.

Los soldados pasaron a ser cuadrillas de obreros, que alternaban el trabajo con la vigilancia. Valdivia y un grupo de jinetes recorrían en todo momento los campos, deshaciendo los grupos de indios que se reunían hasta a diez leguas a la redonda aunque estos, jamás dejaron de acosar la ciudad y de amenazar los sembrados.

La primera cosecha fue paupérrima. La escaza semilla sembrada produjo apenas doce fanegas de maíz, o sea, poco más de media tonelada. La cosecha de trigo, aunque mucho más abundante, también era insuficiente. Además, Pedro de Valdivia reservó la mayor parte de la cosecha para nuevas siembras.

Los colonizadores sufrieron las más penosas privaciones en ese segundo año de conquista. “Los víveres eran ya tan raros”, escribía Valdivia al rey Carlos V, “que se creía dichoso el individuo que lograba cincuenta granos de maíz por día, o un puñado de trigo”. “Las plantas, las raíces, los ratones de campo y otras cosas inmundas eran el sustento de aquellos aventureros”, cuenta Claudio Gay.

Según relata Gerónimo de Bibar, “sembrado este trigo dieron doce fanegas de trigo aquel año (1542), y el segundo hubo mucho. Se multiplicaron los cerdos, y caza había mucha: perdices, que hay muchas, y carneros salvajes que se llaman guanacos, que tienen tanta carne como una ternera. Cuando los naturales no nos daban lugar a cazar, comíamos chicharras, que hay gran cantidad en esta tierra. Para cazarlas tomábamos unas talegas (sacos). Cuando el sol calienta, vuela; y al ponerse el sol, las chicharras se posan en unos arbolitos pequeños que hay en las acequias. Cuando queríamos ir a cazar, madrugábamos, íbamos hasta aquellos lugares, las tomábamos sin que se meneasen y les echábamos en las talegas que llevábamos. Ya teníamos qué comer. Era caza cierta mientras duraba el verano”.

Todo mejoró a comienzos de 1543 con una abundante cosecha de trigo y de maíz. “Por el mes de septiembre de 1543 llegó el navío de Lucas Martínez Vegaso al puerto de Valparaíso; y el Capitán Alonso de Monroy con la gente por tierra, a mediados del mes de diciembre. Desde entonces los indios no osaron venir más, ni siquiera a cuatro leguas en torno a la ciudad (se retiraron hasta las orillas del rio Maipo), y cada día enviaban mensajeros diciendo que fuese a pelear con ellos…Yo les respondía que así haría” (Carta de Pedro de Valdivia al Rey).

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FUENTES: “Historia de Chile”, Diego Barros Arana; “Historia de Chile”, Claudio Gay; “Crónica de los Reinos de Chile”, Gerónimo de Bibar; Carta al Rey Carlos V, despachada por Pedro de Valdivia el 4 de septiembre de 1545, desde La Serena.
FUENTE: http://www.historiasdechile.cl

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