El Congreso de 1826 decretó la organización federal de la República, de acuerdo con las ideas de José Miguel Infante, que desde años atrás vivía consagrado a una campaña infatigable en este sentido, pues creía que la federación era el ideal de los países libres y prósperos.
Para ello se creo una nueva Constitución, conocida también como la “Constitución Federal” ya que establecía un sistema de gobierno basado en el federalismo, inspirado en los Estados Unidos. Esta Ley Fundamental destaca porque el país se divide en ocho provincias: Coquimbo, Santiago, Aconcagua, Colchagua, Concepción, Maule, Valdivia, Chiloé. Cada provincia debe organizar una asamblea por elección popular, eligiendo de la misma forma a las autoridades, intendentes y curas párrocos.
El sistema Federal no pudo continuar por falta de cultura cívica de la población; por el escaso desarrollo económico de las provincias; por ir contra el carácter unitario del país, y, por sobre todo, debido a las rivalidades entre las provincias y la capital.
En el mes de mayo de 1827, ante la renuncia de Freire, toma el poder el vicepresidente Francisco Antonio Pinto. De ideas avanzadas en materia política, pertenecía al grupo liberal. Uno de sus primeros actos fue suspender el ejercicio del régimen federal, previa consulta a las provincias sobre si persistían en continuar gobernándose en esa forma. La respuesta casi unánime fue adversa al federalismo. Entonces el Jefe del Estado convocó un nuevo Congreso Constituyente.
Francisco Antonio Pinto.
La Constitución liberal de 1828
Ante el fracaso de la experiencia federal las corrientes políticas inician una etapa de concentración. Sólo dos corrientes de ideas se perfilaron con expectativas de éxito en la disputa por el poder. La corriente reformista que aspiraba a modificar la sociedad estableciendo una idea republicana llamaba liberal apodándose pipiolos. La corriente conservadora buscaba el ideal de un Gobierno centralizado, oligárquico y fuerte. Recibió el apodo de pelucones, derivado de las pelucas empolvadas que en ocasiones solemnes usaban los aristócratas de la colonia.
Esta era la situación al promulgarse la Constitución de 1828, que fue solemnemente jurada el 18 de septiembre de ese año y resultó una transacción entre las tendencias del liberalismo y del federalismo. Fue obra de José Joaquín de Mora y Melchor Santiago Concha y entre sus principales disposiciones señalaba: El Poder Ejecutivo reside en el Presidente de la República, quien era elegido en votación indirecta, es decir, mediante electores, durando en el cargo cinco años. Establecía, además, el cargo de vicepresidente. El Poder Legislativo es bicameral: Cámara de Senadores y Cámara de Diputados. El Poder Judicial está compuesto por una Corte Suprema, Corte de Apelaciones y juzgados de primera instancia. La religión oficial del Estado es la Católica, Apostólica y Romana, con exclusión del ejercicio “público” de cualquier otra. Garantizaba la libertad de expresión, de prensa, libertad personal, derecho de propiedad y proclamó la igualdad ante la ley.
La revolución de 1829
En 1829 se efectuaron las elecciones del Congreso y luego, en el mismo año, las de Presidente de la República. Tanto en éstas como en aquéllas, el Partido Liberal obtuvo enorme mayoría. Pinto fue de nuevo designado para ocupar la presidencia. Sin embargo, el problema se suscitó en la elección de Vicepresidente. El Congreso, que sesionaba en Valparaíso, creyó del caso hacer uso de la disposición constitucional que lo autorizaba para rectificar la elección. Los candidatos que habían obtenido las más altas sumas de sufragios para la vicepresidencia, sin llegar al número necesario, eran Francisco Ruiz Tagle (100 votos) y Joaquín Prieto (61), pero como ninguno de ellos figuraba en el Partido Liberal, que estaba en mayoría dentro del Congreso, éste designó para vicepresidente a un tercero, Joaquín Vicuña, liberal, que en los colegios electorales no había obtenido más que una escasa votación (48).
Ésta fue la causa que precipitó los hechos. La oposición conservadora protestó enérgicamente contra lo que juzgaba una violación del código constitucional al no respetarse la norma que limitaba a las dos más altas mayorías la decisión del Congreso. Por otro lado, las elecciones provinciales se realizaron con poca regularidad, lo que motivó al Partido Conservador a pedir su anulación.
El desenlace del conflicto fue la revolución de 1829, comenzada en Concepción por el general Prieto, en nombre de la Constitución que el Congreso había violado. El ejército del sur avanzó sobre la capital y varias poblaciones se sublevaron delante de él, apoyando el movimiento. En Santiago se produjo entonces la alarma más indescriptible. Al acercarse Prieto a la ciudad, las tropas gobiernistas estaban bajo las órdenes del general Francisco de la Lastra. Un poco al sur de Santiago, en Ochagavía, tuvo lugar el combate Poco después un tratado de paz se firmaba en Santiago, y por él se ponían el mando provisional del país y las tropas de ambos contendores a disposición del general Freire.
Freire, en tanto, salió de Santiago, se dirigió a Valparaíso y con algunas tropas se embarcó hacia Coquimbo a fin de organizar una campaña contra el gobierno. De esta manera el país quedaba envuelto en la guerra civil. Desde Coquimbo, Freire se trasladó por mar a las provincias del sur, situándose junto al río Maule. Los dos ejércitos se enfrentaron un poco al norte, junto al río Lircay, en lo que es hoy parte de la VII región. El resultado: Freire fue totalmente derrotado.
Diego Portales entra al escenario político (1830–1831)
Diego Portales ingresa al escenario político siendo un comerciante desde joven, el cual había llegado así a la edad de 30 años sin llamar la atención pública. Fue gerente de la casa mercantil Portales, Cea y Cía., que tomó a su cargo el estanco de tabacos y otros artículos. Sin embargo, no pudo cumplir el contrato que estipuló con el Fisco, según el cual debía cubrir los dividendos del crédito inglés, en compensación del monopolio que para la venta de esas especies se le otorgaba. La negociación iba mal y los dividendos no los pagaban los negociadores. A los dos años el contrato fue anulado y el estanco volvió a ser administrado por el Fisco. Esto valió para que formara un partido político alternativo a los existentes con aquellos individuos que compartían la idea económica del estanco, por ello se hizo llamar “El Partido del Estanco”.
Durante la revolución del año 1829 Portales fue un activo dirigente. Poco antes de la jornada de Lircay subió al poder como vicepresidente José Tomás Ovalle (31 de marzo de 1830). Seis días después Portales fue llamado al Ministerio, en el cual desempeñó simultáneamente dos carteras: la del Interior y Relaciones Exteriores y la de Guerra y Marina. La actividad y la fuerza que empleó en esos cargos lo hicieron el verdadero jefe del gobierno. Desde Santiago cooperó a la campaña de Prieto, tomando cuantas medidas le parecieron conducentes al logro de su triunfo.
El antiguo comerciante, ahora hombre de gobierno, carecía de estudios políticos, pero esta ausencia de entrenamiento partidario no le perjudicaba; al contrario, parecía favorecerle. La obra del momento consistía en entregar al Estado una organización tal que fuera garantía de paz y de trabajo. Portales lo comprendió así y se consagró por entero a la obra, logrando con ello la tranquilidad para el país y dar estabilidad a la administración pública.
Para garantizar las instituciones políticas contra los motines frecuentes de las tropas, restableció la guardia civil o nacional; la dividió en distintos cuerpos; obligó a estos cuerpos a disciplinarse activamente, situándose él mismo frente de uno de ellos. Además, restableció poco más tarde la Academia Militar, instituto destinado a la preparación técnica de oficiales.
Portales entendía que dichas acciones políticas severas y personales, debían despertar poderosas resistencias de parte de aquellos a quienes perjudicaba. Sin introducir modificaciones en la ley que establecía la libertad de opinión, recurrió a jurados que podían condenar a su arbitrio, por "sediciosas", a aquellas publicaciones contrarias al Gobierno; y aun sin recurrir a tales jurados, las facultades extraordinarias de que estaba investido le permitían dejar caer su autoridad contra los autores de los escritos que le eran adversos.
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