Partes de Guerra del Asalto y Toma del Morro de Arica

Parte del Comandante Manuel de la Torre
A bordo del Limarí, Arica, junio 9 de 1880

Señor Secretario de Estado en el despacho de Guerra:

Después del resultado desgraciado de nuestras armas en el combate librado el 26 del mes pasado en los Altos de Tacna, la plaza de Arica, cuya custodia había sido encomendada a la diminuta y mal armada fuerza de nacionales que aparece del estado adjunto, quedó sometida a un estrecho asedio de mar y tierra por fuerzas infinitamente superiores a las nuestras.

El valiente coronel Bolognesi, jefe de la plaza, no recibió ni al siguiente día 16, ni nunca, propio ni comunicación oficial alguna que, dando a conocer el estado en que había quedado nuestro ejército y el punto a que se retiraba, le indicara la norma de conducta que debía seguir la plaza de Arica y las determinaciones o planes que se proponía adoptar el Director de la guerra o nuestro General en Jefe.

Solo se supo que Tacna había sido tomada, y, desde luego se mandó imposibilitar el uso de la vía férrea y se emprendió los trabajos de defensa, de lícito empleo en la guerra, que acrecentaran en algo el poder de las fuerzas defensoras.

Resuelta en junta de guerra la defensa de la plaza, en obedecimiento de una orden del General Montero, dada con fecha 24, para el caso de un fracaso de nuestro ejército en Tacna y determinado el plan de defensa, cada uno de los jefes y secciones de las fuerzas terrestres y marítimas ocuparon su puesto, resueltos todos a un sacrificio seguro, pero de profícuos resultados, en la convicción de que se seguía un plan bien meditado y de segura salvación para el honor y los intereses de la patria.

Muchos propios se hizo al General Montero, sin obtener contestación alguna. Estábamos a oscuras, pero todos resueltos a la defensa hasta el último trance para dar tiempo de operar a nuestras fuerzas del Norte.

En esta situación, aparece en la mañana del día 29 un escuadrón de caballería enemiga, que practicó el reconocimiento de la quebrada de Chacalluta y se retiró una hora después.

El día 2, a las 6 a.m., aparecieron de nuevo tres escuadrones y poco después dos trenes, que conducían crecido número de fuerzas. Continuó desde ese día el tráfico activo de trenes y una serie de exploraciones de caballería sobre las colinas y cerros de Chacalluta y Azapa, que dominan la plaza, hasta que el día 5 apareció, en la madrugada, poderosa artillería, estacionada en los puntos más vecinos y dominantes.

A las 6 a.m. de ese día recibió el jefe de la plaza un parlamento del general en jefe del ejército chileno, por el cual, manifestando una deferencia especial a la enérgica actitud de la plaza, expresaba su deseo de evitar la efusión de sangre, que creía estéril y de ningún resultado práctico para sus defensores, atendida la excesiva superioridad de las fuerzas marítimas y terrestres con que se hacía el asedio.

El general de la plaza, previo acuerdo de una junta de los jefes de las fuerzas defensoras, cuya unánime opinión fue consecuente a la determinación adoptada en días anteriores, de hacer la defensa hasta el último trance, despidió al parlamentario, don Juan de la Cruz Salvo, dándole por contestación para su general: que, agradeciendo el acto de deferencia, la determinación de las fuerzas defensoras de Arica era quemar el último cartucho.

Un momento después de retirado el señor parlamentario. a las 9 a.m., la artillería Krupp, situada en las colinas de Chacalluta a Azapa, principió un nutrido fuego a bomba sobre nuestras baterías del Norte y del Este, el cual era contestado a los puntos a que podían alcanzar nuestros cañones. Duró este bombardeo, con un pequeño intervalo, hasta las 4:30 p.m., sin que los pocos tiros caídos en la población, ni los recibidos en nuestras baterías hubieran ocasionado daños de consideración.

El día 6, a las 12:50 p.m., principió de nuevo el bombardeo de las baterías enemigas de tierra, al que aunó poco tiempo después el del mar por el Loa,, Magallanes, Covadonga y el Lord Cochrane.

Un tiro de la batería San José acalló los fuegos de una batería de cuatro cañones, la más baja de las que había colocado el enemigo.

Las baterías Santa Rosa, Dos de Mayo, el Morro y el Manco Cápac, que abandonó su fondeadero y salió al encuentro del Cochrane, contestaron los fuegos del mar.

Terminó el combate a las 4:30, hora en que la batería de San José obligó a la retirada al regimiento Lautaro, que se aproximó por la parte Norte hasta el varadero de Watteree.

El resultado de esta jornada nos fue favorable, pues el Cochrane recibió una bomba de a 70, del Morro, que le produjo incendio y algunas bajas (27 hombres), y la Covadonga recibió dos balazos, sin que por nuestra parte hubieran averías de consideración.

En este día todas las baterías y fuerzas, así como el Manco Cápac, cumplieron dignamente su deber, manifestando ánimo, entusiasmo y ardimiento, merecedores de un gran aplauso.

A las 6 p.m. el ingeniero T. Elmore que en días anteriores había sido hecho prisionero en Chacalluta, se presentó al jefe de la plaza con el carácter de parlamentario, para inquirir de él si se hallaba dispuesto a entrar en arreglos, cubierto como se hallaba ya el honor nacional y de las fuerzas defensoras, con los dos días de combate habidos.

El jefe de la plaza, de acuerdo con la junta, se negó a reconocer al señor Elmore con el carácter de parlamentario, y lo despidió indicándole contestar: que sólo estaba dispuesto a recibir parlamentarios en forma y con arreglo a las prescripciones militares del caso.

Ocupados estaban los puestos de defensa en la noche del 6 al 7 en la forma siguiente: 8a. División a la defensiva de las baterías del Norte y la 7a. a la de las baterías del Este, distante casi tres millas una de otra división.

La noche fue completamente oscura, y a las 5:30 a.m., cuando aún no había luz para distinguir los objetos a un kilómetro de distancia, un cañonazo de las baterías del Este, al que siguieron otros, anunciaron la proximidad del enemigo por ese flanco. Pocos momentos después rompiose el fuego de fusilería, y se trabó reñido combate.

Media hora después de trabado el combate, el jefe de la plaza, que veía aumentarse excesivamente las fuerzas que atacaban por el Este, mientras que nuestras filas disminuían rápidamente por las bajas que ocasionaba el nutrido fuego enemigo y que veía distantes todavía las fuerzas que emprendían el ataque por el Norte, dispuso viniese en auxilio la 8a. División.

Llegaban a paso de trote a las faldas del Morro los batallones Iquique y Tarapacá, que formaban la expresada división, cuando arrolladas nuestras fuerzas del Este por el excesivo número de los que atacaban por ese lado, se replegaban ya sobre los parapetos de Cerro Gordo. A gran esfuerzo, jadeantes, llegaron a la altura del Morro el teniente coronel don Ramón Zavala, a la cabeza de medio batallón del Tarapacá, y el teniente coronel Roque Sáenz Peña, a la cabeza de medio batallón del Iquique, rompiendo con bravura sus fuegos sobre el enemigo que ya coronaba la altura de Cerro Gordo y lo flanqueaba al mismo tiempo por los lados del Este y Oeste con otras fuerzas.

En esta situación, se replegaron sobre los parapetos del Norte los medios batallones de Iquique y Tarapacá con los restos de la 7a. División, para hacer allí el postrer esfuerzo, mientras los medios batallones que aún no habían tenido tiempo para llegar, fueron dispersados bajo el mortífero fuego de Cerro Gordo.

Palmo a palmo, y con empeñoso afán, fueron defendidas nuestras posiciones hasta el Morro, donde nos encerró y nos redujo a unos cuantos el dominante y nutrido fuego del enemigo de más de una hora.

Eran las 8:59 a.m. cuando todo estaba perdido; muertos casi todos los jefes, prisioneros los únicos que quedaban, y arriada por la mano del vencedor nuestra bandera. En tan supremos momentos volaron casi todos los polvorines y pudo inutilizarse algunos cañones del Morro, mientras que las baterías del Norte, atacadas ya por el regimiento Lautaro y algunos escuadrones a quienes habían tenido alejados, volaron también sus polvorines e inutilizaron todos sus cañones.

Perdida toda esperanza, el Manco Cápac que, con las baterías del Norte había protegido nuestra izquierda, hizo proa al Cochrane y desengañado de no poder hacer su postrer tiro al enemigo, su comandante, con serenidad y acierto. le echó a pique para no dar ese nuevo elemento de poder a las fuerzas marítimas de Chile.

Han sucumbido en la lucha los coroneles Francisco Bolognesi, don Juan Guillermo Moore, don Alfonso Ugarte, don José J. Inclán, don Justo Arias y Aragüez, don Mariano F. Bustamante; los tenientes coroneles don Ricardo O'Donovan, don Ramón Zavala, don Francisco Cornejo y don Benigno Cornejo; los sargentos mayores don Armando Blondel, don Felipe A. Zela y don Fermín Nacarino, y muchos señores oficiales. Quedan heridos algunos y prisioneros los demás, de todo lo cual encontrará V.S. adjunta una relación detallada.

Atacaron por la parte del este los regimientos de línea 3o. y 4o., fuertes de 1,200 plazas cada uno, y el batallón Bulnes, sirviendo de reserva el Buín; y por el norte el regimiento Lautaro, toda la artillería y caballería; más de 7 mil hombres.

Numerosa es la mortalidad por nuestra parte, que se calcula en las dos terceras partes de las fuerzas defensoras. No es mucho menos la del enemigo.

Adjuntos encontrará también V.S. los partes que han pasado algunos jefes de cuerpos y baterías, que elevo originales.

Es esta, señor Secretario, la relación fiel y a grandes rasgos de los hechos ocurridos desde el 26 del pasado hasta el 7 del presente, en lo que se relaciona con la plaza de Arica y de los cuales he creído de mi deber, por la muerte del jefe de la plaza. dar a V.S. este parte para que llegue a conocimiento de S.E. el Jefe Supremo de la República.

Al hacerlo, omito apreciaciones y recomendaciones, dejando al país al Supremo Gobierno la calificación de los hechos, cuyos detalles daré en circunstancias más propicias.

Quiera Dios y la Patria aceptar el sacrificio de tantas víctimas, de tantos patriotas de corazón, como un holocausto ofrecido en aras del honor nacional, para la salvación del país, y pluguiera a la Divina Providencia, por tanta sangre generosa vertida, que nuestro Gobierno sea siempre bien inspirado y retemplado el valor, la fe y el entusiasmo en nuestro pueblo que, una vez por todas, debe mostrarse unido y viril hasta ver realizados sus nobles propósitos.



Manuel C. de la Torre

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