Junta de Gobierno de 1813
La Constitución de 1812 entró en vigencia a fines de octubre. El 1 de noviembre el Senado abrió sus sesiones, siendo designado sus miembros por las corporaciones de Santiago, contrariando de esa forma el reglamento constitucional que garantizaba la representación de las provincias.
A su vez, la Junta Superior Ejecutiva, aunque formada por tres miembros, estaba, sin duda, bajo el influjo de Carrera. Sus otros integrantes, Pedro Prado Jaraquemada y José Santiago Portales, lejos estaban de asumir una actitud innovadora, más bien favorecían cierta tendencia fidelista.
Y eso porque el movimiento que en noviembre de 1811 Carrera había encabezado, contó con la ayuda de varios realistas que llegaron a ver en él la reposición del viejo orden. Esta misma idea cundió entre los realistas de Valdivia y Concepción. Los primeros, en marzo de 1812 asumieron el control de la ciudad que luego pusieron bajos las órdenes del virrey del Perú; los segundos, en julio del mismo año, destituyeron a la junta que lideraba Martínez de Rozas y aunque permanecieron fieles al gobierno de Santiago, quedó en evidencia la inclinación realista de muchos jefes militares de la provincia.
Brigadier Antonio Pareja.
Estos hechos son de notoria importancia, porque el virrey del Perú desde 1809 venía observando la marcha de los movimientos juntistas y luego intervenido directamente en Quito y Alto Perú para acabar con las reformas de los criollos, esperanzado todavía en invadir Buenos Aires, su enemigo más contumaz. Los sucesos de Chile lo habían mantenido preocupado, pero empleando sus fuerzas militares en los lugares citados, no podía por el momento pensar en invadir el país.
Sin embargo, el rumbo que tomó la acción política de los patriotas, cada vez más inclinados a la independencia, en el transcurso del año 1812, y conociendo la tendencia fidelista de las provincias del sur, impulsaron a de Abascal a preparar y ejecutar la intervención militar en Chile.
Llegada de Antonio Pareja
A fines de 1812, ordenó el envío de una expedición al mando del brigadier de la Real Armada, Antonio Pareja, para que desde el sur iniciara la restauración del orden colonial.
El arribo de Pareja a Chile, tuvo de inmediato efectos políticos. El Senado designó a Carrera al mando de las tropas patriotas y organizó una nueva Junta Gubernativa, integrada por José Miguel Infante, Agustín Eyzaguirre y Francisco Antonio Pérez. Esta junta se caracterizó por las medidas que adoptó en el aspecto cultural, tratando de dar cumplimiento a muchas aspiraciones que se mantenían desde la colonia.
Procedió a la creación del Instituto Nacional, organizado de la fusión de cuatro establecimientos educacionales como eran la Universidad de San Felipe, el Convictorio Carolino, la Academia de San Luis y el Seminario Conciliar. En su enseñanza se procuró dar importancia a las ciencias naturales y a los métodos de experimentación.
También se creó la Biblioteca Nacional, sobre la base de casi 5.000 libros de la Universidad, siendo su primer director Manuel de Salas.
Se dictó la ley sobre libertad de imprenta y se reemplazó la Aurora de Chile por el Monitor Araucano, al que se le dio el carácter de oficial. Algunos meses después Antonio José de Irisarri inició la publicación del primer periódico privado, el Semanario Republicano, cuyo título indicaba a las claras las intenciones del editor.
La expedición de Pareja provocó un enorme descontento entre los criollos patriotas, contribuyendo a difundir la idea de independencia. La misma Junta ordenó eliminar la expresión de ser representante de la soberanía de Fernando VII. Dispuso también la Junta la creación de escuelas de primeras letras en todos los poblados o ciudades de más de 50 vecinos. La enseñanza sería gratuita.
El 1 de abri de 1813, el Senado, en vista de los últimos acontecimientos, confirió a José Miguel Carrera el grado de brigadier. También se resolvió darle el mando de todas las tropas del reino con el título de General del Ejército de la Frontera, y con el encargo de partir inmediatamente al sur a rechazar la invasión de Pareja.
Ese mismo día, Carrera salió en dirección al sur, estableciendo su cuartel general en Talca, donde llegó a reunir un contingente de 4.000 hombres. Igual cantidad había reunido Pareja que desde Chillán había comenzado a moverse en dirección del Maule. El 27 de abril de 1813 las tropas realistas se encontraban al norte de Linares, en la localidad de Yerbas Buenas, cuando fueron sorprendidas por una avanzada patriota, la que les infligió una grave derrota.
Enormes consecuencias tuvo el triunfo patriota de Yerbas Buenas sobre los realistas, que atemorizados de ser totalmente derrotados, se negaron a continuar el avance sobre el Maule. Esta resistencia de los soldados y el empeoramiento de las condiciones climáticas, obligaron a Pareja a tomar el camino de regreso a Chillán para invernar allí y emprender en primavera su campaña sobre Santiago.
Enterados los patriotas del retiro de los realistas, iniciaron su persecución para obligarlos a capitular. Todo parecía favorecerlos: su número se había incrementado en unos 10.000 hombres; en cambio, los realistas habían sufrido importantes deserciones, quedando reducidos a menos de 2.000, pero contaban con la ventaja de poseer tropas más disciplinadas y de mayor experiencia.
El día 4 de mayo, les dieron alcance en la localidad de San Carlos, pero sufrieron una seria derrota, pudiendo los realistas entrar a Chillán donde se acuartelaron y permanecieron allí el resto del año, resultando fracasados todos los intentos patriotas por conquistar esa ciudad. A su vez, los realistas debieron lamentar la pérdida del brigadier Pareja que afectado gravemente por una neumonía falleció el 21 de mayo. Lo reemplazó, entonces, el comandante Juan Francisco Sánchez.
Entretanto, Carrera ordenó la ocupación de Concepción y Los Ángeles. En octubre de 1813, cuando regresaba en compañía de O’Higgins desde Concepción, fueron sorprendidos en el lugar llamado El Roble, a orillas del río Itata, pero salvaron la situación gracias a las maniobras dirigidas por O’Higgins, cuya imagen se acrecentaba día a día, tanto por los éxitos militares que había obtenido como por la organización de nuevas tropas.
A fines de 1813 era ya un hecho consumado que los patriotas no iban a conquistar Chillán. Las recriminaciones se dirigieron contra el general Carrera; a quien se acusó de no haber actuado con prontitud y de haber rechazado los consejos de gente más experta, alargando de manera peligrosa una guerra que jugaba a favor del virrey Abascal, para quien la ineficacia de los patriotas le había permitido ganar tiempo en la preparación de nuevas tropas invasoras.
Provisto de estos antecedentes, el Senado decretó con fecha 17 de noviembre de 1813 la destitución de Carrera y puso al mando del ejército a bernardo O’Higgins. Después de entregar el mando se puso en marcha para Santiago en compañía de su hermano Luis, pero fueron asaltados por una guerrilla realista que los hizo prisioneros y los llevó a Chillán.
Campaña de Gabino Gaínza (1814)
La ineficacia patriota en la campaña de 1813, permitió al virrey Abascal organizar una nueva expedición al mando del brigadier Gabino Gaínza, que en enero de 1814 desembarcó en Arauco e inició un rápido avance hacia el norte.
Entretanto guerrillas realista tomaron Talca, dejando abierto el camino para Gaínza a Santiago, en circunstancias que O’Higgins se hallaba en las proximidades de Concepción. Entonces, en la capital un cabildo abierto determinó que la Junta fuera reemplazada por un director supremo, con la plenitud del poder público. La persona designada fue el gobernador de Valparaíso coronel Francisco de la Lastra. Por primera vez, desde 1810, el poder colegiado cedía lugar al unipersonal. De esta manera, se quería mejorar la eficacia en el mando patriota para enfrentar esta grave amenaza.
El ejército patriota, de campaña en el sur, había sido dividido en 2 ramas, una comandada por O’Higgins y otra por Juan Mackenna.
Gaínza los atacó sucesivamente, pero fue rechazado por O’Higgins en El Quilo y por Mackenna en Membrillar. De todas formas, continuó el ejército realista moviéndose al norte. Los patriotas corrieron a detenerlo, en una marcha paralela a la de los realistas. Ambos ejércitos pasaron el Maule; pero O’Higgins logró atrincherarse en la hacienda de Quechereguas, donde rechazó los ataques de Gaínza, el volvió a Talca casi en derrota (abril de 1814).
Se produjo, ahora, una larga situación de espera en que ambos ejércitos se acuartelaron sin atreverse a pasar a la ofensiva, porque la campaña los había agotado peligrosamente. Por otra parte, Fernando VII había vuelto al trono español y comenzaba a enviar tropas a América. Al mismo tiempo, los movimientos juntistas de México, Venezuela y Alto Perú comenzaban a ser derrotados.
En estas circunstancias, llegó a Valparaíso el comodoro inglés James Hillyar, que había tenido en Lima algunas conferencias con el virrey Abascal, en que ese alto funcionario se había manifestado dispuesto a tratar con los insurgentes de Chile, es decir los patriotas y aceptado la mediación del mismo comodoro inglés. El gobierno de De la Lastra aceptó la propuesta como un medio de obtener una tregua honrosa, y envió a O´Higgins las instrucciones para tratar con Gaínza.
En el fondo ambos bandos quisieron llegar a un acuerdo como una manera de ganar tiempo antes de volver a entrar en campaña.
El acuerdo fue conocido como Tratado de Lircay (3 de mayo de 1814), en éste se estipulaba lo siguiente: los patriotas reconocían su dependencia de España, pero conservaban el derecho de autogobernarse; los realistas consentían en dejar subsistente el gobierno establecido en Chile y a evacuar sus tropas de Chile en el lapso de un mes.
Gaínza emprendió la retirada a Chillán, pero en vez de evacuar el país en el plazo fijado, permaneció en aquella ciudad a la espera de refuerzos.
Expedición de Mariano Osorio (1814)
En el tratado de Lircay se incluyó un artículo secreto en virtud del cual José Miguel y Luis Carrera serían entregados al gobierno patriota, el que a su vez tenía la intención de alejarlos del país en uno de los barcos de Hillyar. Pero los Carreras, que habían llegado a gozar de cierta libertad dentro de Chillán y mantenían relaciones con algunos realistas prominentes, lograron fugarse con la complicidad de éstos.
Después, marcharon a la capital donde se pusieron a la cabeza de sus seguidores que, descontentos con el tratado, deseaban el fin del gobierno de De la Lastra. Con ese fin sublevaron una guarnición y reunieron un cabildo abierto, que designó una junta de gobierno.
El ejército del sur al mando de O’Higgins, marchó contra el nuevo gobierno, pero su vanguardia fue rechazada por los carrerinos en el combate de Tres Acequías (26 de agosto).
O’Higgins se retiró al sur con la intención de reanudar operaciones; pero no tardó en recibir noticias alarmantes. El virrey Abascal desaprobando el convenio de Lircay y deseoso de reconquistar Chile, enviaba al brigadier Mariano Osorio con considerables tropas de refuerzo. Los bandos patriotas se reconciliaron para rechazar entonces al enemigo.
Osorio, al frente de 5.000 hombres, entre los cuales venía el batallón español Los Talaveras de la Reina, consiguió llegar al frente de Rancagua sin que Carrera hubiese adoptado un plan serio de defensa. Por esto razón las divisiones de O’Higgins y Juan José Carrera, de unos 1.700 hombres, se atrincheraron en Rancagua, siendo atacados por Osorio el 1 de octubre. A la jornada siguiente, O’Higgins decidió la retirada.
Mariano Osorio.
La plaza de Rancagua, situada en el centro de la ciudad daba frente entonces, como hoy, a solo cuatro calles que venían a cortarse en la mitad de sus cuatro costados. Por consiguiente, las bocacalles laterales quedaban a una cuadra de distancia. Fue precisamente en esquinas de esas cuatro que daban acceso a la plaza donde O’Higgins hizo construir trincheras de adobones para fortificarse con sus tropas.
Por cierto, esas fuerzas no constituían todo el ejército de la patria. José Miguel Carrera, en su carácter de general en jefe de la campaña, había dado el mando de las otras dos divisiones a sus hermanos Juan José y Luis, y se mantenía un poco al norte de Rancagua, a una legua, con fuerzas más numerosas, pero mucho menos disciplinas que las de O'Higgins.
En la mañana del 1º de octubre las tropas españolas emprendieron el asedio de la plaza fortificada. Se luchó todo el día; tres asaltos consecutivos fueron rechazados por los defensores. Los cañones de las trincheras y el fuego de fusil que se hacía desde el techo y las ventanas de los edificios que rodeaban el reducto, produjeron estragos enormes en las filas sitiadoras.
La bandera de la patria flameaba en la torre de la iglesia central y al pie de cada trinchera, coronada de un jirón negro que se había colocado sobre su mástil, en señal de que la guarnición pelearía hasta morir. La noche separó a los combatientes. De cuando en cuando, disparos sueltos atronaban el aire y llevaban la alarma a los campamentos silenciosos.
Al paso que los españoles comprendían muy bien que aquello presentaba visos de desastre, los patriotas se sentían animados por la vigorosa defensa hacían; pero no dejaban de darse cuenta de que su situación se tornaría pronto insostenible si no les venían socorros de afuera.
El árbitro de la campaña, en esos momentos, debía ser José Miguel Carrera, quien con sus tropas de refresco seguía manteniéndose en expectativa a una legua de distancia del sitio del combate. O'Higgins envió, en consecuencia, un mensaje al general en jefe, mensaje que fue llevado por un soldado intrépido, saltando tapias y escalando edificios, y que, escrito en una tira de papel, decía simplemente: "Si vienen municiones y carga la tercera división, todo es hecho". A esto contestó Carrera con el mismo portador: "Municiones no pueden ir sino en la punta de las bayonetas. Mañana, al amanecer, hará sacrificios esta división".
En la madrugada del 2 de octubre Osorio renovó el ataque y se peleó con encarnizamiento terrible. Los defensores de la plaza confiaban ciegamente en el auxilio de Carrera. A eso de las once de la mañana, el vigía, situado en la torre de la iglesia de la Merced, anunció que se divisaba una polvareda por los caminos del norte. Un grito de "¡Viva la patria!" recibió la fausta noticia, pues esa polvareda no podía ser sino la que levantaban las fuerzas de Carrera al acercarse.
Luego, sin embargo, este grito de triunfo y de esperanza se cambió en un lamento de desesperación; el mismo vigía comenzó a gritar: "¡Ya corren, ya corren"! Era la división de Luis Carrera, que, al encontrarse con las primeras partidas realistas que habían salido a detenerla, se retiraba en desorden, con rumbo a Santiago.
A pesar de todo, la resistencia no cesó en la plaza. Los realistas habían desviado las acequias que entraban al campamento de los defensores, y éstos con las municiones casi agotadas, sudorosos bajo el ardiente sol, hambrientos y cansados después de más de treinta horas de combate, sin agua ni para la bebida ni para refrescar los cañones, en los cuales la pólvora se ardía antes de poner la carga, no veían ya forma de continuar peleando. Hasta los cadáveres de los caídos servían de trinchera.
El asalto arreciaba por momentos, tenaz y dirigido con certeza, y el instante decisivo se aproximó por fin. Los edificios de un costado de la plaza comenzaron a arder, incendiados por los sitiadores. Una chispa que cayó al depósito de pólvora de los patriotas produjo una explosión que lo hizo volar.
Protegidos por la confusión y la humareda, los enemigos penetraron entonces por diversos lados. O'Higgins, sereno todavía, comprendió que todo era ya inútil, y dio la orden de montar a caballo el que pudiera. Seguido de unos quinientos hombres, se abrió paso a través de una trinchera, en medio de la lluvia de balas. Un tercio de estas fuerzas quedó sobre el campo, pero el general salvaba la bandera con el último resto de su ejército.
Mientras tanto, la soldadesca vencedora tomaba posesión de la plaza y acometía con furor a los heridos, a los niños y a las mujeres que se habían asilado en los templos. Cuando la columna de O'Higgins dio desde lejos una última mirada sobre la plaza destruida, el sol iba a ocultarse y todavía pudo percibir en el horizonte la humareda de sus escombros.
Desastre de Rancagua.
Fin de la Patria Vieja
Con la toma de Rancagua, el camino de Santiago quedaba abierto a los realistas. Y, en efecto, tres días después las avanzadas de Osorio entraban en la capital al son de repiques de campanas, disparos de cohetes y aplausos de la muchedumbre. Al otro día las calles embanderadas y las tropas formadas en ellas aguardaban la llegada del jefe victorioso, el cual era recibido al caer la tarde en medio de entusiastas manifestaciones. Desde ese momento el gobierno colonial quedaba establecido y la reconquista española consumada
Entretanto, las últimas huestes del ejército patriota, con O'Higgins y Carrera en sus filas, juntamente con muchos vecinos prestigiosos de la capital, habían emprendido la emigración a la Argentina, y en número de tres mil, más o menos, cruzaban los Andes por el paso de Uspallata
Sin más ropas que las comunes, iban huyendo de las persecuciones que vendrían y del populacho miserable que se había entregado al robo apenas supo la noticia del desastre nacional. Esa emigración no se detuvo hasta que se halló en Mendoza, en donde fue recibida con benevolencia por el gobernador de la provincia de Cuyo, José de San Martín.
A continuación, Ver Reconquista española.
Ver también: Batallas de 1813 - 1814
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